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Juan Carlos Uriarte
«Lápida al dios Amón»
Juan Carlos Uriarte
Juan Carlos Uriarte tiene, en su ya amplia obra artística, una constante que es la utilización de materiales cuyo destino podría ser el vertedero de desechos de una ciudad o, con mejor fortuna, el almacén de residuos de para reciclado selectivo en aras de la economía de recursos. Sin embargo, estos productos del despilfarro de la sociedad consumista son rescatados y, como si hubieran llegado a las manos milagrosas de un hada benéfica, cobran vida y se transforman en obra de arte. Madera, libros viejos y metales diversos, han hallado indulgencia en la mente del artista, para corporeizar seres fantásticos y simbolizar alegóricamente un mensaje dirigido a la fracción pensante de la sociedad. Es claro que, muchas veces, el artista conforma su obra sin otro objetivo que lograr algo bello, pero otras, ponen ella una clara intención, de manera que, si en el primer caso el espectador ha de elucubrar, intentando averiguar en la criatura el mensaje del autor, en el segundo, el propósito es patente y queda simplemente la admiración estética, sin más complicaciones. Ante la obra que titula Prestige, no es necesario averiguar qué pretende invocar Uriarte. Sin embargo, las obras de arte cobran cierta independencia al separarse de las manos de su hacedor y es entonces cuando, quienes las contemplan, puede hallar estímulos y sugerencias a veces alejadas de cuanto pudiera imaginar el autor. En este caso, a mi me sugiere la pieza el desastre ambiental causado por el naufragio del barco que llevaba tan presuntuoso nombre. Directamente, me parece un lamento ante las consecuencias de tan tremenda agresión, simbolizada por lo que me recuerdan restos degradados de un brazo con su mano, y el ave que pugna por escapar del manto oleoso que cubre las olas del mar. Sería, por tanto, como una oración fúnebre y una protesta silenciosa. Pero prefiero ver el lado positivo, y me imagino la incorporación de los restos de humano y brazo al ciclo de la materia de la Naturaleza, y al ave, como un signo de rebeldía, que se niega a sucumbir y, aunque la especie pague el tributo de la muerte de muchos congéneres, algunos superarán la prueba y reanudarán el ciclo (¡Natura creatrix!), pues el sol seguirá saliendo por Oriente todos los días. MIGUEL CORDERO DEL CAMPILLO
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Madera y estuco 55 x 29,5 x 8 cm. 1990